En los tiempos en que mis fuerzas me permitían hacer largos
viajes. Dándome la oportunidad de conocer muchos lugares repletos de leyendas.
Hubo un tiempo en que me dedique al cuidado de un noble.
Os contare su historia.
Miltan y los reinos
perdidos.
En aquellos días cruzando un gran lago al que seguían altas
y puntiagudas montañas. Descubrí una fértil tierra.
Aquella estaba dividida en varios reinos. Los dos
principales por su extensión eran el reino de Haldor y el de Volstak.
Haldor era frió y falto de ética. Sus empresas solían
fracasar debido a su mal hacer y ansias de dominar a sus súbditos.
Por su parte Volstak. Era bien conocido en los demás reinos
por ser amigo de pendencias, abusos y engaños. A lo largo de su vida no se
puede contar un día en el que no hubiese tenido un enemigo al que hostigar.
Conocí a mi Señor, Miltan. En el mercado de la corte del Rey Haldor.
Me encontraba intentando persuadir a un mercader de que me
cambiase una piedra negra por unas hogazas de pan. Viendo que mi canje era justo.
Miltan se acerco y lo dio a saber al mercader. El cual accedió gustoso.
Hay empezó nuestra amistad. Que acabaría, en ser su
consejero personal y sirviente durante aquel tiempo.
Mi Señor había acudido a la Corte, reclamado por el rey.
Recibiendo de él una orden a la cual se negó. Siendo recriminado severamente
delante de toda la Corte. Y desterrado en su casa.
Aquel día me invito a su casa. Siendo una persona muy
hospitalaria. Solo acepte la invitación en el caso en que pudiese devolverle la
hospitalidad a cambio de mis servicios. A los cuales acepto. Eso si. De mal
agrado.
El reino vecino de Volstak se encontraba al borde del
colapso. Y su corona pendiente de un hilo. Había entrado en tratos con unos
reyezuelos vecinos. Estos ansiaban conseguir su corona. Haciéndose valer de todas
las artimañas posibles.
Hacia mas de dos años que mi Señor fue expulsado de la Corte
de Haldor. El mismo tiempo que yo llevaba a su servicio.
Cierto día. Se encontraba junto al borde del páramo que
había en la frontera de sus tierras.
Me acerque a el con la cabeza gacha y en silencio. Pasado un
tiempo. Viendo su falta en el hablar y el semblante triste. Realice un gesto, invitándole
a que me contase sus pesares.
Y así fue como comenzó su exposición.
“Veras. Hace ya mucho tiempo que el Rey Valstak anda en
tratos con esos reyezuelos vecinos suyos. El caso es que presiento que podría
perder su Reino y su Corona en manos de ellos. Por lo que estoy en mi deber
como leal súbdito del Reino de Haldor. En advertir a mi Señor. El Rey. Del
peligro que también correría este reino llegado el momento”.
Sabiendo yo de los nobles pensamientos de mi Señor. Asentí
con una leve reverencia haciéndole saber que era su deber. Y que yo mismo le
acompañaría en su viaje a la Corte de Haldor.
Seis días cabalgamos hasta llegar a la Corte de Haldor. Y cuatro
pasaron antes de que el Rey permitiese recibir y escuchar a mi Señor.
Postrado ante el Rey estas fueron sus palabras.
“Majestad. Mi Señor. Ambos somos conscientes del peligro que
corre el Reino de Balstak.
Raudo os explicare la conclusión a la que he llegado tras
largas meditaciones en este sentido. Que me ha hecho volver a la Corte y pedir
comparecer ante vuestra presencia.
Vos sabéis que tenéis derecho a reclamar las tierras que se
hallan al Norte entre el Reino de Haldor y el Reino de Balstak.
Os ruego, reclaméis dichas tierras al Rey Balstak. Y nombréis
a un Gobernador justo de nuestra Corte. Para su custodia y buena conservación.
Siendo vuestra premisa, que si llegado el momento en el que
el Rey Balstak perdiese su Reino. Pudiese libremente disponer de ellas. Y
fundar un nuevo Reino.
Ambos conocemos la naturaleza del Rey. Y que si acaso
perdiera su reino. Seria su Majestad y este Reino. El que se viese en la
obligación de acoger al Rey y su Corte.
Y que es mi deber advertirle que este Reino se vería sumido
en un caos. Bajo las dañinas influencias que ejercería el Rey Balstak hacia su
Majestad. Mi Señor.
Majestad. Le imploro tenga en firme mis palabras y actué
según crea en consecuencia”.
Sin pausa y con una reverencia. Mi Señor se retiro de la
presencia del Rey. Y marchamos hacia la posada en la cual nos hospedábamos.
Pasaron dos días antes de que mi Señor fuese reclamado ante
la presencia del Rey.
Este le ordeno volver a sus tierras y permanecer en el
destierro. Pues sus palabras habían sido interpretadas como un intento de
enemistar a los dos reinos.
No contento, solamente con ordenar la vuelta de mi Señor al
destierro. El Rey Haldor. Puso en conocimiento del Rey Balstak. Las palabras que
mi Señor pronuncio ante él y la Corte.
A la vuelta de la Corte. Mi Señor dedicaba largos periodos a
la lectura. Y en más de una ocasión avíale Encontrado ensimismado mirando al
Este. Con el semblante triste, que en aquellos tiempos le caracterizaba.
De toda la Corte era sabido, el miedo que el Rey Balstak
padecía de mi Señor. Aunque nunca tuvo el valor suficiente para hacerle frente
personalmente.
A partir de aquel tiempo. Ambos reyes dedicaron buenos de
sus esfuerzos en sembrar el odio de los reinos hacia mi Señor. Hasta tal punto.
Que en muchas ocasiones, ordenaban en secreto, escaramuzas dedicadas al
sabotaje en las tierras de mi Señor. Haciéndole a él y a los lugareños caer en
innumerables desgracias.
Viendo que la voluntad de mi Señor cada vez era mas
vulnerable. Aunque la lealtad hacia la corona seguía intacta. Urdieron un plan,
para despojar a mi Señor de todo lo que le pertenecía.
Llegado el día. El plan se puso en marcha. Consiguiendo con
suma facilidad el despojo de todo lo perteneciente a mi Señor. Obligándolo al
abandono de sus tierras y el Reino.
Había cogido tanta estima a mi Señor. Que no sabría medir en
cual de los dos moraba más sufrimiento en el momento de ver como se alejaba en
su caballo.
Me quede por un periodo de seis años en la casa de mi Señor.
Después de su partida.
A todos los viajeros que pasaban camino de la Corte o en
cualquiera de las direcciones que seguían. Les daba su descripción. Deseando
noticias suyas.
Algunos contaban haberlo visto borracho en una posada. Otros
mendigando en una plaza. El poblacho siempre tan dado a la palabrería.
Yo, sin embargo, sabía que mi Señor albergaba tanta pureza
en su corazón. Que siempre lo imaginaba, bañándose en un lago, tras las huellas
de un zorro, sus libros, o simplemente disfrutando de largos paseos por
doquier.
Pero nunca volví a disfrutar de sus charlas. Ni tener
noticias suyas.
Pasados seis años. Una mañana, me encontraba acariciando el rocío
que la noche había dejado en aquella piedra, en la cual mi Señor solía pasar
largos periodos dedicado a la lectura. Contemplando las tierras de mi Señor. Estas
se encontraban al igual que si un desierto de arena negra y gruesa las hubiese
invadido.
Puse en las alforjas de mi viejo caballo unas hogazas de pan
y algunos trozos de venado, que aun quedaban de mi última salida por las montañas
cercanas. Y sin mirar atrás. Puse rumbo al norte. Evitando así mi paso por
ambas Cortes déspotas.
Tiempo después. Me encontraba asentado en una cueva junto al
camino. Leía un papiro muy interesante. Conseguido años atrás en un Reino que
gozaba de una cultura maravillosa. En uno de sus párrafos decía más o menos
así.
“Llegara el día en que todos habremos de pasar un juicio. Y
llegado ese día. Más valdrá haber sufrido miles de injusticias que haberlas
infringido. (Platón, VII Carta)”.
De pronto, comencé a escuchar el caminar lento de un
caballo. Espere a que estuviese lo bastante cerca para advertir de mi presencia,
sin que el jinete se sobresaltase. Cuando me encontraba en el centro del
camino. Los pasos cesaron. Y mi sorpresa fue…
Que solamente el movimiento de las hojas en los árboles,
enturbiaba el silencio. Me encontraba solo.
Siempre siento la presencia de mi Señor. A pesar de que
largos años han pasado desde la ultima vez que lo vi. Y las aventuras vividas
desde aquellos días. Podrían poner un manto de olvido en mi deteriorada
memoria.
Ahora. Mercaderes, damas y pillastres.
Solo quiero cambiar esta piedra negra, por unas hogazas de
pan.
Para mí y para mi Señor.
Bartolomé.